CAPÍTULO 2: SOMBRAS EN EL REFLEJO

Rafael no había dormido bien en días. Desde aquella madrugada, no podía pasar cerca de un espejo sin sentir una punzada de terror clavarse en su estómago. Había evitado mirarse directamente en cualquier superficie reflectante; su rostro era un extraño para él mismo, y esa sonrisa burlona… nunca la olvidaría.

Trató de convencerse de que lo que había sucedido fue solo una alucinación. El insomnio, el estrés acumulado, todo podía explicarse con razones lógicas. Pero, ¿qué lógica hay cuando las sombras parecen moverse a tu alrededor, cuando los espejos no reflejan la verdad?

Esa tarde, mientras terminaba de revisar unos planos en la oficina, el teléfono vibró sobre la mesa. Era Laura, su hermana.

—¿Rafa? Te he estado llamando toda la semana. ¿Estás bien?

Él suspiró. Había evitado responderle durante días. Laura siempre lo veía como el hermano menor frágil, el que necesitaba ser protegido, aun a sus 47 años.

—Sí, sí. He estado ocupado —murmuró, sin querer darle explicaciones—. ¿Qué pasa?

—Te noto raro —dijo ella, su voz cargada de preocupación—. Mamá dijo que te oyó hablar solo la última vez que te visitó.

Rafael cerró los ojos con fuerza. No recordaba haber hablado solo, pero últimamente, todo parecía una neblina borrosa.

—Es solo estrés, Laura. El trabajo… me tiene cansado.

—Tal vez deberías ver a alguien —sugirió ella, con cautela.

Eso lo hizo sonreír. Claro, siempre la misma recomendación. Ver a alguien. Como si los terapeutas pudieran sacar las sombras que se escondían detrás de los espejos.

—Estoy bien, de verdad. Tengo que colgar, pero gracias por llamar.

Cortó la llamada antes de que ella pudiera insistir más. Se levantó de su silla y se dirigió al baño de la oficina. El día había sido largo y necesitaba refrescarse. Caminó por el pasillo con la cabeza baja, el sonido de sus propios pasos rebotando en las paredes de la solitaria oficina.

Cuando empujó la puerta del baño y se encontró frente al espejo, el corazón le dio un vuelco. Allí estaba, su reflejo, inmóvil como siempre. Solo que esta vez… algo no estaba bien. El reflejo era él, pero al mismo tiempo no lo era. El aire en la sala se volvió pesado, y su cuerpo empezó a sudar frío.

El Rafael del espejo lo miraba con ojos apagados, como si no hubiera vida detrás de ellos. Rafael respiró hondo y se acercó lentamente al lavabo. Se quedó quieto, observándose, desafiándose a sí mismo a mantener la calma. Era solo un espejo. Solo su propio reflejo.

—No soy tú —susurró su propio reflejo de repente, moviendo los labios de manera discordante con su voz.

Rafael retrocedió tan bruscamente que golpeó la pared con la espalda. Su corazón latía a toda velocidad, sus manos temblaban. El espejo, sin embargo, estaba tranquilo. Su reflejo le devolvía una mirada inexpresiva. ¿Lo había imaginado?

Se lavó la cara con agua fría, deseando que el golpe de realidad lo ayudara a recobrar el control. Pero, al levantar la vista para mirarse de nuevo, el pánico regresó de golpe. Su reflejo seguía allí, pero esta vez, detrás de él, algo se movía. Una figura oscura, amorfa, apenas perceptible en la penumbra del baño.

Giró rápidamente, buscando algo —alguien— en la habitación. Pero estaba solo. Respiró agitado, sus ojos recorriendo cada rincón. Nada. Volvió la mirada hacia el espejo y la figura había desaparecido, pero su reflejo seguía con una expresión fría e inmutable.

Rafael sintió que el mundo bajo sus pies se tambaleaba. Salió del baño tan rápido como pudo, cerrando la puerta tras de sí y apoyándose en la pared del pasillo. Intentaba convencerse de que nada de eso era real, que eran solo los nervios.

Esa noche, de regreso en casa, la sensación de ser observado no lo abandonaba. Cerró todas las cortinas, apagó las luces, y se metió en la cama con el estómago revuelto. No había comido, no había hablado con nadie desde la llamada de Laura, y su mente no dejaba de reproducir la misma imagen: esa figura oscura detrás de él en el espejo.

Justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, escuchó un ruido. Un susurro, como el roce de pies descalzos contra el suelo. Abrió los ojos de golpe, su cuerpo tensándose de inmediato.

El susurro se escuchó de nuevo, más cercano esta vez.

No es real. No es real. Se repitió una y otra vez, intentando mantener la calma.

Pero entonces lo vio. Frente a la ventana de su dormitorio, a la débil luz de la luna que entraba por una pequeña rendija en la cortina, estaba la misma figura que había visto en el espejo del baño. Más nítida ahora. Estaba de pie, quieta, observándolo.

El miedo lo paralizó. El ser era alto, y su forma parecía distorsionarse, como si su silueta no pudiera mantenerse definida. No tenía rostro, solo una oscura mancha donde deberían estar los rasgos humanos.

Rafael sintió su respiración cortarse, el aire escapaba de su pecho sin poder recuperarlo. Y, de repente, en la penumbra, la figura levantó una mano y señaló el espejo del cuarto. Rafael no quería mirar, no quería ver lo que esa cosa estaba señalando, pero su cuerpo, casi por instinto, giró la cabeza.

Allí estaba su reflejo, observándolo desde el espejo, con esa maldita sonrisa torcida.

Pero esta vez, su reflejo no estaba solo. Detrás de él, junto a esa figura oscura, otras sombras emergían.


La intriga y la tensión crecen. ¿Quiénes son esas figuras? ¿Es todo producto de la mente de Rafael o algo mucho más oscuro? ¡Nos leemos en el próximo capítulo!

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