CAPÍTULO 3: EL ECO DEL SILENCIO

El teléfono sonó al día siguiente, pero Rafael no se inmutó. Estaba sentado en el sofá de la sala, envuelto en una extraña quietud. Había pasado toda la noche despierto, sin atreverse a moverse de la cama. El sonido de la alarma le había avisado que el amanecer había llegado, pero algo en su interior le gritaba que aún no estaba a salvo.

Con las cortinas cerradas, la luz del día apenas iluminaba la sala. Los contornos de los muebles se veían borrosos en la penumbra, y el eco de las sombras de la noche seguía colgado en el aire. Era como si el tiempo se hubiese detenido.

Laura llamó varias veces más, pero Rafael no respondió. No sabía qué decirle. ¿Cómo explicar que la noche anterior había visto algo que no debería existir? ¿Cómo admitir que su propia mente le estaba traicionando, mostrándole cosas que no podía comprender?

Su mente vagaba entre fragmentos de sueños y recuerdos, mezclando lo real con lo imaginario. El rostro del ser en la ventana, la sonrisa torcida en el espejo, los murmullos que había escuchado justo antes de perder la noción de la realidad. Todo estaba allí, a la vuelta de cada pensamiento, esperando para atraparlo.

Fue entonces cuando un leve click resonó en la habitación. Provenía del espejo del pasillo, que desde su ángulo en el sofá, apenas podía ver. No había querido cruzar la sala por temor a lo que podría encontrar reflejado en él.

El silencio era tan pesado que podía escuchar su propia respiración, lenta y profunda. El click sonó de nuevo, esta vez más fuerte. No podía ignorarlo. Su pecho se tensó mientras su mirada se dirigía, casi involuntariamente, hacia el pasillo.

El espejo estaba allí, inofensivo a simple vista. Sin embargo, algo parecía diferente. El pasillo estaba vacío, pero en el reflejo del espejo, la luz parecía comportarse de manera extraña, como si las sombras danzaran alrededor del marco, envolviéndolo.

Se levantó lentamente, sus piernas temblaban bajo su propio peso. Rafael sabía que no debía acercarse, que algo oscuro lo esperaba. Pero, al mismo tiempo, algo lo empujaba a seguir adelante. ¿Era curiosidad? ¿O simple desesperación por saber si había perdido la razón?

Avanzó, paso a paso, el silencio pesado como una losa sobre sus hombros. Cuando estuvo a solo un par de metros del espejo, vio algo que lo congeló en el sitio. No era su propio reflejo lo que lo miraba desde el vidrio.

Era la silueta de una figura, apenas visible entre las sombras, pero claramente presente. Estaba de pie, justo detrás de donde él debería haberse reflejado. Rafael dio un paso atrás, pero la figura no se movió. Al contrario, permaneció inmóvil, con una presencia sofocante.

Los ojos de Rafael se clavaron en el espejo, buscando algo, cualquier señal de que estaba viendo mal. Pero entonces la figura hizo algo que no esperaba: inclinó la cabeza lentamente hacia un lado, como si estuviera observándolo con interés.

El sonido de un susurro rasgó el silencio.

—Rafael…

El eco de su propio nombre retumbó en la sala. La voz no era suya, pero resonaba con familiaridad. Él dio un paso atrás, pero sus pies parecían clavados al suelo. Su garganta se cerró en un nudo de terror. No podía moverse, no podía gritar. Solo podía mirar.

La figura, envuelta en sombras, empezó a dar un paso adelante desde dentro del espejo. Rafael parpadeó, esperando que desapareciera, pero no lo hizo. La silueta se movía lenta, pero decidida. No caminaba como una persona; flotaba, acercándose cada vez más.

De repente, Rafael pudo moverse. Tropezó hacia atrás, golpeándose el hombro contra la pared del pasillo. El dolor lo sacudió lo suficiente como para obligarlo a volver a la realidad. Tenía que salir de ahí.

Se dio la vuelta y corrió hacia la puerta principal. La cerradura parecía enredarse entre sus dedos sudorosos. Sentía que cada segundo contaba, que esa cosa estaba justo detrás de él, acechando. Cuando finalmente logró girar la llave, abrió la puerta de golpe y salió al exterior, respirando el aire frío de la mañana.

Se quedó de pie en la acera, jadeando. La gente caminaba a su alrededor como si nada, ajena al terror que había dejado dentro de la casa. El ruido del tráfico era un alivio, una señal de que el mundo exterior seguía funcionando con normalidad.

Rafael dio un paso hacia la calle, sintiendo la urgencia de alejarse. Pero justo cuando lo hizo, un reflejo en la ventana del auto estacionado frente a él llamó su atención. Su propio rostro, desfigurado por el miedo, lo miraba desde el cristal. Pero detrás de él, nuevamente, estaba la figura.

Se quedó inmóvil, paralizado. Algo le decía que no importaba a dónde corriera, esa cosa lo seguiría. No era un simple reflejo. Era algo más.

Y entonces, en ese momento de quietud, el susurro regresó.

—Rafael… no puedes escapar…

El eco de la voz resonó en su cabeza, mientras las sombras se desvanecían, pero el miedo se quedaba.


La incertidumbre sigue creciendo. ¿Qué quiere esa figura? ¿Por qué lo persigue? ¿Es solo su imaginación, o algo más oscuro está ocurriendo? ¡Nos leemos en el próximo capítulo!

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