Rafael despertó sudoroso, con la respiración agitada, en medio de la oscuridad de su habitación. Durante un segundo, todo parecía normal, pero al estirar la mano hacia la lámpara de su mesa de noche, sintió una presencia familiar. Se quedó inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza. No había sonido, no había movimiento, pero algo estaba mal. El aire, denso como la niebla, hacía que cada respiración fuera un esfuerzo.
Se levantó lentamente, tanteando la oscuridad hasta que llegó al espejo del pasillo. Sabía que tenía que volver a enfrentarlo, tal como le había sugerido el Dr. Medina. No era solo miedo lo que lo impulsaba; era la necesidad de respuestas. Era el quinto día desde que había escuchado esa palabra clara y perturbadora: “Tú”. Desde entonces, las apariciones eran más frecuentes. Se sentía observado incluso en la claridad del día, como si las sombras se hubieran liberado de su prisión en el espejo para seguirlo a cada rincón de su vida.
Encendió la luz del pasillo y se detuvo frente al espejo. Por primera vez en días, el reflejo parecía… normal. No había sonrisas distorsionadas, ni figuras ominosas acechando detrás. Solo su imagen, cansada y agotada.
Pero entonces, algo pequeño e insignificante cambió. Apenas perceptible. Una respiración que no era suya, un susurro casi imperceptible, como si el aire mismo exhalara en sincronía con su propio aliento.
La luz parpadeó.
Rafael no se movió. Sabía lo que venía.
Y allí estaba: el reflejo comenzó a distorsionarse. Al principio, de manera casi imperceptible. Su propia imagen pareció vibrar, como si el espejo fuera agua y su reflejo estuviera ondulando. Intentó apartarse, pero sus pies estaban clavados al suelo. No podía moverse.
—Estoy aquí —murmuró, repitiendo las mismas palabras que había dicho la última vez.
El reflejo dejó de ondular. La figura del espejo sonrió una vez más, pero esta vez no era su rostro el que sonreía. Era una sonrisa que no pertenecía a ningún ser humano. La boca se alargaba más allá de lo posible, estirándose de una manera grotesca y antinatural.
Rafael retrocedió un paso, finalmente liberado del suelo, pero la imagen en el espejo no lo siguió. Se quedó allí, sonriendo, mirándolo. Y entonces, sucedió.
El reflejo, su propio reflejo, levantó una mano lentamente. Pero Rafael no lo hizo. Su cuerpo no había movido un solo músculo, y sin embargo, la imagen en el espejo estaba actuando por su cuenta. Levantó la mano con una lentitud insoportable, hasta que la palma quedó pegada contra el cristal. Rafael, paralizado por el terror, no podía apartar la mirada.
La mano en el espejo comenzó a empujar hacia afuera.
El vidrio comenzó a crujir. Grietas finas se extendieron como telarañas desde el lugar donde la palma de su reflejo presionaba. El sonido del vidrio quebrándose llenaba el silencio de la habitación, cada crujido amplificado por el eco en su cabeza. Rafael quería correr, gritar, pero su cuerpo no respondía.
Y entonces, en un último crujido violento, el espejo se rompió en pedazos, pero lo que sucedió después lo dejó sin aliento.
La figura no desapareció. El reflejo de sí mismo, aquella sonrisa macabra, salió del espejo, como si la fractura hubiera sido una puerta. La figura, idéntica a Rafael en apariencia, pero con esa sonrisa retorcida, dio un paso adelante, sus pies golpeando el suelo del pasillo con un sonido sordo.
Rafael tropezó hacia atrás, cayendo al suelo. La figura dio otro paso. Su reflejo, su otra mitad, lo miraba desde arriba, como si lo evaluara.
—Ya no tienes que temer, Rafael —dijo la figura con una voz baja y profunda—. Yo soy lo que siempre has tratado de esconder. Soy lo que queda cuando desapareces.
—¿Qué… qué eres? —balbuceó Rafael, su voz temblando.
La figura inclinó la cabeza, aún sonriendo.
—Soy tú. El verdadero tú.
Con esas palabras, el doble de Rafael se inclinó hacia él, y en un movimiento tan rápido que apenas pudo procesarlo, lo agarró del brazo. El contacto era frío, antinatural. Rafael sintió un tirón violento, como si la realidad misma se estuviera desmoronando a su alrededor. Por un momento, vio destellos de luces y sombras, una especie de vacío en el que no había ni arriba ni abajo. Todo parecía caer en espiral, hasta que, de repente, la presión desapareció.
El silencio llenó el aire.
Cuando Rafael abrió los ojos, se encontró de pie frente al espejo, intacto. Pero algo era diferente. Ya no sentía la presencia amenazante. Todo estaba en calma.
Sin embargo, al mirar al espejo, su corazón dio un vuelco. Su reflejo no lo miraba. Estaba de espaldas, como si la imagen del espejo estuviera atrapada en otra realidad.
Y entonces, lo entendió.
Rafael levantó una mano temblorosa. El reflejo no respondió.
No estaba al otro lado. No estaba en su mundo.
Él era ahora el reflejo.
¿Qué acaba de suceder? ¿Está Rafael atrapado en el espejo? ¿Es esta la verdadera naturaleza de su lucha? ¡Nos acercamos al desenlace de esta misteriosa historia! No te pierdas el capítulo final.